sábado, 15 marzo, 2025

Mundos íntimos. Al llegar de Cuba no entendía: aquí estudio la carrera que quiera, gratuita, y sin que me pregunten de política?

Para mí Argentina era, por una parte, la de las películas de Libertad Lamarque, o sea, un país de rubias con peinados de peluquería y hombres trigueños de pelo engominado que hablaban el español de una manera peculiar y que vivían cantando tangos. También, claro, era la de las novelas de Julio Cortázar y los cuentos de Borges, un país de gente que vivía elucubrando, con rollos en la cabeza que era difícil dilucidar y que se pasaban el día leyendo o escuchando música, sobre todo jazz. Además, era el país que producía esos jóvenes hippies que caían de vez en cuando en Cuba, quizás un poco roñosos pero muy buena gente, eso era Argentina para mí. Algo así como estar en Latinoamérica sin estarlo, un país que escapaba a lo real maravilloso que caracteriza la vida en nuestros países donde lo raro, lo desorbitado, es la norma.


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El otro como distinto

Nada que ver.

Cuando llegué acá descubrí que Argentina esconde muy bien su condición latinoamericana pero era tal vez el más latinoamericano de los países del Cono Sur, descubrí muy pronto que acá el absurdo es la norma: vi como asaltaban a un notero de televisión mientras hablaba de la cantidad de asaltos que había en ese barrio, vi el desfile de los jugadores de fútbol bajo un puente que estuvo a punto de degollar a los más altos, vi a panelistas de la televisión hablar muy serio de sus encuentros con fantasmas, también vi ese entierro multitudinario en tiempo de pandemia y vi a los que se subieron en los semáforos y en los postes eléctricos tal vez para estar más cerca del cielo donde ya estaba Maradona, y también vi el Boca-River de la Copa Libertadores que intentaron jugarlo en el Monumental pero no fue posible, y en ese día cuando pasé por la Avenida Libertador en bici vi como de uno de los grupos surgía una botella de cerveza que impactó en mi rueda y alguno me gritó “bostero” o “gallina”, no recuerdo bien.


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Otras tierras

Me llamó la atención, claro, que sea el único país del mundo donde las dos aficiones no puedan estar a la vez en el estadio, en eso “se les fue la mano” como dicen en Cuba, lugar en que también suelen decir “apretaron” cuando algo nos parece insólito, desmesurado. También vi la capacidad de apasionarse por lo que aman de la gente de acá que es única en Latinoamérica, vi a señoras muy delgadas cargando en sus brazos a perros corpulentos y muy mimados en la sala de espera de algún veterinario, y vi a tantos políticos dejar a un lado su carrera por el amor de una mujer o un hombre determinado, irse hasta el fin del mundo y aparecer en un yate o en un helicóptero sin importarle lo que diga la prensa y la televisión.

Conozco músicos que llegan a los ochenta años cantando a la gorra en bares de aspectos tan tangueros que da la sensación de que es una vuelta a los años treinta del siglo pasado y a fanáticos de cantantes internacionales que duermen horas y horas en las calles durante el frío invierno para ver pasar a su ídolo un segundo al menos y que él, tal vez, sonría con desgano antes de irse a viajar en su avión privado.

La Habana. El mundo de Marcial Gala que quedó atrás.

El argentino es tantas cosas. Recuerdo cuando llegué de Cuba a ese Jujuy donde todo parecía estar hecho de arcilla, dejando las cosas que más amaba atrás, fue una dura decisión, pero necesaria, sentía que de no hacerlo mi vida y mi libertad peligraban. En Jujuy vi por primera vez, ranas tan grandes que parecían conejos desorejados y me enteré de varias cosas. Una, que acá pagaban algo que en Cuba no te sueltan ni aunque amenaces a tu jefe con una pistola: aguinaldo, y que podías estudiar la carrera que quisieras de forma gratuita sin que te preguntaran la filiación política, en Cuba las carreras universitarias también son gratuitas, pero poder estudiarlas depende de algo llamado escalafón, un sistema de puntuación que otorga muy pocas plazas y que tiene un fuerte componente político, dicho compone consiste en que el joven estudiante debe demostrar que apoya al llamado régimen revolucionario.

También me extrañó, a mí, llegado de una isla, la relación tan distinta que tiene el argentino con la distancia. Entre los amigos que hice en Jujuy había una pareja mitad francesa, mitad argentina y yo estaba convencido de que la mujer era francesa y el hombre argentino porque él hablaba de manera muy clara el español y ella se expresaba de una manera muy peculiar, pero un día le pregunté a ella de qué parte de Francia era y me dijo que era de Córdoba por lo que quedé boquiabierto.

En fin, estábamos en un pueblo en el medio de la nada, era en vísperas de año nuevo y no había cigarros por ningún lado, así que la novia del francés nos dijo “vamos a buscar cigarrillos” y yo pregunté si era muy lejos y la respuesta de ella fue sucinta “es cerca, en el pueblo más cercano”. Salimos en esa camioneta con la que pretendía recorrer América desde la Patagonia hasta Alaska y las horas se alargaron y no llegábamos al pueblito que me dio la impresión de que quedaba en el extremo del mundo.

Raro.“Aquí la gente te dice chabón o flaco”, se sorprende Marcial Gala.

Cuando al fin estábamos frente al quiosco donde vendían los cigarrillos, la cordobesa me miró con una sonrisa “viste que es cerca”. La mayoría de la gente en Jujuy pensaba que yo era futbolista, algún colombiano al parecer, que había desembarcado en el norte argentino para pasar sus últimos años en determinado equipo de segunda división, eso creían de mí sin que yo manifestara nada que reafirmara esa versión.

“El colombiano”, me decían, así que me veía obligado a ir aclarando que era cubano, menos en alguna que otra fiesta donde descubrí el fernet, la bebida más mágica y rara del mundo, costumbre esta la de beber fernet con la gente del norte que también suele mascar coca que te hace creer que participas en algún aquelarre o ritual de iniciación.

Yo me sentía en la gloria con mi vaso de fernet en la mano escuchando a algún payador que cantaba viejas y hermosas tonadas y luego me pedían que les hablara de Medellín. Yo les contaba de la ciudad donde había nacido, les describía el malecón y demás pero no les aclaraba que era La Habana hasta que uno de ojos asombrados decía “qué hermoso” y yo les contaba que era La Habana, la vieja ciudad que se cae a pedazos pero que sigue siendo muy hermosa.

“Lástima que no seas colombiano”, decía entonces alguien y es que en esos días estaban dando alguna novela colombiana que los tenía a todos embelesados con el musical acento costeño. También me llamó la atención lo poco que el argentino decía la palabra “che”. En Cuba todos piensan que acá la gente vive llamándose che de continuo, no se imaginan que por lo general la gente apenas se refiere al otro como che, más bien dicen: chabón, boludo, flaco, y claro, señor o señora.

Yo venía de Cuba donde el saludo se da por supuesto, donde para preguntar una dirección o algo así, la gente no se toma el trabajo de decir “buenos días” y acá la gente tiene modales muy marcados, al menos desde el punto de vista de un cubano, preguntaba yo “¿Cómo llego a tal calle?” y mi interlocutor me miraba muy serio y decía “Buenos días primero” y antes de responder mi pregunta murmuraba para sí “no parece futbolista”. Luego me indicaba la dirección que por lo general era exacta. Muy diferente a lo que pasa en Buenos Aires donde sí se dan los buenos días, incluso con más empaque que en Jujuy, pero también pasa algo y es que a un tipo de porteño no le gusta admitir su desconocimiento, así que aunque no sepa cómo llegar a determinado lugar nunca lo reconoce, y con una facilidad pasmosa te dice “caminá dos cuadras y luego girás a la derecha, tres cuadras más volvés a doblar y estás ahí”. Antes de hacerlo, asegúrate de preguntarle a otro transeúnte, si las versiones coinciden, ve a donde te indican.

Sí en Jujuy me confundían con un colombiano futbolista, acá suelen pensar que soy senegalés vendedor de cinturones y relojes, brasileño entrenador de zumba, o actor americano de visita por estos lares. Ese depende de cómo esté vestido, recuerdo que una vez andando por Belgrano, un desocupado de los que llenan las plazas me gritó “¡Will Smith!”, actor al que no me parezco en lo más mínimo.

Acá también he sufrido uno que otro ataque de xenofobia y racismo, pero han sido los menos, la verdad, como aquella mujer que en el tren me pidió que me fuera a mi país, o las veces que he estado invitado a una determinada ceremonia y a la hora de entrar me han dicho “es por invitación” mientras que a los demás no le han preguntado nada. Racismo sutil, pero racismo al fin, ese abunda más y es más difícil de distinguir. Pero creo que el argentino es uno de los pueblos más acogedores de esta América, la mayoría de las personas tiene una mirada curiosa respecto al otro, aunque al principio dado lo locuaz que suelen ser no lo parezca.

A las personas de acá, tienes que dejarlas hablar, que cuenten lo que deseen y que expresen sus opiniones acerca de tu país si lo han visitado o han leído algo o visto alguna película sobre Cuba, aprovechar que hagan silencio para servirse cerveza o agua y entonces hablar, contar lo vivido, entonces te escuchan con atención y se conmueven con lo que cuentas y aunque no estén de acuerdo, parten del hecho de que sabes más que ellos porque lo viviste. Esa es una buena cualidad que hace que el argentino sea muy amable, simpático y dado a solidarizarse.

Llevo diez años acá, ya soy ciudadano argentino, he publicado libros, he conocido gente maravillosa y aunque extraño la isla donde vine al mundo, amo este país tan latinoamericano y europeo a la vez, tan contradictorio y amable. Ojalá que nunca se apague esa capacidad argentina de interesarse por el otro, de saber ser amigo y de cuidar esa amistad como en otros lugares se cuida al oro. Siempre lo he dicho cuando un argentino te dice soy tu amigo lo dice de verdad, porque lo cree. Acá es habitual que octogenarios conserven amistades de la infancia y hablen de cosas que pasaron hace setenta años como si hubieran trascurrido ayer. Yo me asombro escuchándolos, pasa en muy pocos lugares, creo.

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