Un grupo de investigadores de tsunamis exploró los pantanos húmedos de la desembocadura del río Coquille, en Oregon, Estados Unidos, en busca de indicios de un terremoto de magnitud nueve que causó un fuerte temblor 300 años atrás. En ese momento, sumergió parte de la costa y generó una gran ola que inundó la región.
Desde su perspectiva, no existen dudas de que esta catástrofe natural volverá a ocurrir. La incógnita gira en torno a cuándo sucederá y cuál sería la magnitud.
La costa noroeste del Pacífico es un riesgo que ha preocupado a los científicos desde la década de los 80. A partir de entonces, distintos estudios se han centrado en intentar prever los riesgos futuros, pero para eso necesitan reconstruir lo que ocurrió en el pasado.
Según los investigadores, en los últimos 10.000 años ha habido al menos 19 grandes sismos significativos en la zona de subducción de Cascadia. En ese sentido, en diálogo con Washington Post, Diego Melgar, un sismólogo de la Universidad de Oregon que participó de la investigación, afirmó que, aunque los científicos consideren que el terremoto de 1700 fue devastador, no se descarta que ocurrieran dos o tres sismos de menor intensidad.
El equipo tiene como propósito reconstruir el pasado para comprender los riesgos futuros. Y es por eso, que en el último verano (boreal), los científicos participantes del proyecto se adentraron en los pantanos de la desembocadura del río Coquille, dónde utilizando una herramienta metálica cilíndrica llamada el ruso para extraer algas, arena y raíces que serán analizadas con posterioridad.
Los investigadores llevarán a cabo un cuidadoso proceso para analizar los fósiles de algas unicelulares, conocidas como diatomeas, que han quedado atrapados en capas de sedimentos antiguos. Primero, cortarán finas secciones transversales de estas capas, lo que les permitirá observar la disposición y composición de los sedimentos en detalle. Luego, aplicarán peróxido de hidrógeno, un químico que ayuda a eliminar la materia orgánica en descomposición, dejando únicamente los restos minerales y fósiles intactos para su análisis.
Posteriormente, utilizarán un microscopio especializado para examinar los fósiles. Este paso es crucial, ya que las diatomeas son organismos extremadamente sensibles a las condiciones ambientales, como la salinidad del agua y las variaciones de las mareas.
Cada especie de diatomea se desarrolla en entornos específicos: algunas prosperan en áreas de marisma alta, mientras que otras prefieren las marismas bajas. Por lo tanto, al identificar qué tipos de diatomeas están presentes en una capa particular de sedimento, los científicos pueden obtener valiosa información sobre el entorno en el que vivieron, como el nivel del mar y las condiciones costeras en ese momento.
Este análisis es especialmente importante para comprender los cambios que ocurren en el paisaje tras eventos sísmicos. Por ejemplo, las diatomeas permiten estimar la altura de la tierra en relación con el nivel del mar antes y después de un terremoto. Esto se debe a que los movimientos sísmicos pueden causar que el suelo se eleve o se hunda de forma significativa.
Medir cuánto se ha hundido el suelo después de un terremoto es un paso clave para investigadores como Melgar, ya que esta información puede ayudar a predecir cuáles escenarios sísmicos son más probables en el futuro.
La zona de subducción de Cascadia no es la única que preocupa a los científicos. Otro gran riesgo sísmico se encuentra más al sur: la falla de San Andrés, que atraviesa California de norte a sur a lo largo de 1300 kilómetros. Esta falla marca la interacción entre la placa norteamericana y la del Pacífico, y es famosa por su capacidad para generar terremotos devastadores.