Racing se impuso por 3 a 1 frente a Cruzeiro y se consagró campeón de la Copa Sudamericana. El equipo de Gustavo Costas hizo historia en el estadio La Nueva Olla de Asunción y volvió a conseguir un título internacional después de 36 años, ya que el último que había ganado fue la Supercopa Sudamericana 1988. Los goles del encuentro fueron obra de Agustín Martirena, Adrián Martínez y Roger Martínez, mientras que para el conjunto brasileño marcó Kaio Jorge.
Los hinchas de la Academia mostraron su amor por los colores y volvieron a mostrar su pasión en dos estadios. Sumada a la multitud que viajó a Paraguay para apoyar al equipo, la institución abrió las puertas del Cilindro de Avellaneda para que los fanáticos puedan disfrutar el duelo en su casa. Sin embargo, hubo una serie de altercados en el ingreso del público, en la que hubo una serie de corridas y empujones con la fuerza policial.
La final arrancó con un polémico gol anulado al equipo argentino, a partir de un fuera de juego milimétrico que ahogó el grito sagrado de Agustín Martirena. No obstante, el lateral uruguayo se tomó revancha y a los 15 minutos de juego marcó el primer tanto del encuentro. Este provino de un disparo desde la banda derecha del campo, algo que llamó la atención en las redes sociales por su parecido al de Juan Román Riquelme contra Corinthians, también con Cassio en el arco.
Pero el defensor no fue el único que tuvo una notable actuación: Adrián Martínez se sumó a la fiesta y puso el 2 a 0 a los 20 minutos. A pesar de que Racing dominó con claridad el primer tiempo, Cruzeiro reaccionó en el complemento y acortó distancias con el gol de Kaio Jorge. A partir de allí, la Academia tuvo que soportar con las arremetidas del rival y el calor sofocante de Asunción. En el tiempo de descuento, Roger Martínez marcó el 3 a 1 definitivo para sellar el título.
Racing sacó adelante un partido complejo y volvió a celebrar en el plano internacional después de 36 años, en un día histórico para los hinchas celestes y blancos. De esta manera, Gustavo Costas se metió en los libros dorados como una de las máximas leyendas del conjunto de Avellaneda.