Cuando en la canción “Knowing me, knowing you” (”Conociéndome, conociéndote”) la cantante de ABBA Anni-Frid Lyngstad, “Frida”, habla con dolor de una separación amorosa y del vacío que queda en las habitaciones de la casa “donde antes los chicos jugaban”, la canción adquiere para ella un sentido diferente.
En 1945 la noruega Frida fue una víctima colateral junto a los 12.000 niños que nacieron casi al final de la Segunda Guerra en Escandinavia, conocidos como Tyskerbarnas o niños alemanes, descendientes de madres noruegas y soldados alemanes, fruto de un aberrante programa nazi de reproducción para “mejorar la raza aria” conocido como Lebensborn. El vergonzoso origen de estos chicos les significó a muchos ser abandonados por sus padres, incluso torturados, perseguidos, y humillados durante muchas décadas luego de la Guerra, y hasta este siglo.
¿Por qué a una sociedad de mente abierta, como la noruega, le resultó tan duro lidiar con su pasado? El estigma de esas familias “colaboracionistas” fue difícil de borrar. Solo en 2004 ofrecieron una compensación a los chicos víctimas y hace apenas cuatro años, en 2018, cuando la gran mayoría de las mujeres víctimas del programa ya habían fallecido, el gobierno se disculpó oficialmente por los padecimientos infligidos por las autoridades de posguerra a las llamadas “chicas alemanas”.
“Entre los países europeos ocupados por Alemania, las poblaciones de Noruega, Dinamarca y los Países Bajos se consideraban ‘racialmente valiosas’ y de especial interés para el programa Lebensborn. Pero fue en Noruega donde el proyecto cobró mayor fuerza”, explicó en diálogo con LA NACION la noruega Kjersti Ericsson, doctora en Psicología y coautora del libro Children of World War II: The Hidden Enemy Legacy (Chicos de la Segunda Guerra Mundial: el legado oculto del enemigo), junto con la especialista Eva Simonsen, también entrevistada para este artículo.
Lebensborn (”fuente de vida”, en alemán) fue una organización creada en 1935 en Alemania por el líder de la SS Heinrich Himmler para expandir la raza aria que, según los planes del Führer, debía convertirse en la prevaleciente en Europa. Y uno de los pueblos preferidos como arios “racialmente puros” fueron los nórdicos que evocaban la bravura de antiguos vikingos y valquirias. La organización brindaba a las mujeres elegidas hogares de maternidad, asistencia financiera, y también administraba orfanatos y programas de adopción para las madres que no desearan finalmente criar a los niños.
Pero no todas las historias entre noruegas y soldados nazis fueron de colaboracionismo.
Aunque sufrió las mismas consecuencias que las “chicas alemanas” del programa Lebensborn, el caso de Synni Lyngstad (1926-1947), la madre de la cantante de ABBA, fue una verdadera historia de amor con el sargento alemán Alfred Haase (1919-2009), que formó parte del ejército invasor que llegó a Noruega en 1940. Dos años después del inicio de la ocupación, cuando tenía 16 años, Synni se enamoró de aquel apuesto soldado en un pequeño pueblo cerca de la ciudad de Narvik en el norte de Noruega. Luego de tres años de relación, al producirse la retirada de las tropas alemanas en mayo de 1945, Synni tenía un embarazo de tres meses. La historia que escuchó desde siempre Frida fue que su padre había muerto tras el hundimiento del barco que lo llevaba de regreso a Alemania.
Aunque ni Synni ni Frida formaron parte del programa alemán, padecieron el mismo repudio que las participantes de Lebensborn. Cuando nació Frida el 15 de noviembre de 1945 en el pueblo se rumoreaba que la “traidora” Synni había quedado embarazada a cambio de una bolsa de papas.
Acosadas por sus vecinos, Arntine -abuela de Frida-, Synni y la pequeña bebé huyeron finalmente a Malmköping, Suecia, 72 km al oeste de Estocolmo. La madre de Frida falleció por insuficiencia renal dos años más tarde, y la pequeña creció al cuidado de su abuela. Fue solo tres décadas más tarde, cuando el famosísimo cuarteto musical crecía en popularidad en todo el mundo, que, gracias a las investigaciones de Benny Anderson, uno de los fundadores de ABBA y entonces marido de Frida, la cantante se enteró de que su padre, en ese momento un pastelero jubilado, todavía estaba vivo y tuvo un emotivo y afectuoso encuentro con él en su villa sueca. Haase dijo que mientras estuvo desplegado en Noruega no había llegado a enterarse que su amada Synni estaba embarazada, por lo que ignoraba la existencia de su hija.
Frida fue considerada como un modelo a seguir por sus compatriotas Tyskerbarna que permanecieron en Noruega.
“Ella ha logrado cosas increíbles en Suecia, algo que nunca habría podido hacer si se hubiera quedado en Noruega, donde la habrían tildado, como al resto de nosotros, como subnormal”, afirmó en aquel momento Tor Brandacher, que era el vocero de la organización que representaba a los niños.
El odio y el desprecio de la posguerra hacia los hijos de soldados alemanes y sus madres fue enorme. Una comisión de psicólogos del gobierno encargados de realizar un informe sobre su estado, concluyó que las mujeres que habían confraternizado con los alemanes eran “psicópatas sociales y de talento limitado, algunas de ellas seriamente retrasadas mentales”.
La doctora Ericsson explicó a LA NACION que “en los primeros días de la liberación, muchas noruegas que habían tenido relaciones con alemanes fueron internadas en campos provisionales, supuestamente para ‘protegerlas’ de la furia de la gente, o como ‘medida sanitaria’ para evitar la propagación de enfermedades venéreas por la sospecha de que podían ser focos de contagio”.
“Respecto de los chicos, la comisión del gobierno temía que se convirtieran en inadaptados sociales debido a las actitudes hostiles con las que se enfrentaban, o que, cuando crecieran, se volvieran más leales a Alemania que a Noruega. Por eso también fueron internados en institutos especiales”, señaló Ericsson.
Así, el mote de “hijo de padre alemán” fue suficiente para enviar a niños pequeños a hospitales psiquiátricos, donde muchos fueron torturados y violados. La sociedad noruega los consideraba peligrosos debido a sus “genes nazis”.
La doctora Eva Simonsen explicó que “a pesar de los planes de deportarlos, la mayoría de los Tyskerbarnas crecieron en Noruega. Y en lugar de ser exiliados en el extranjero, muchos crecieron ‘exiliados’ dentro de su propio país, aislados, estigmatizados, acosados y despreciados, en instituciones, en su familia, en su vecindario, en la escuela y en la sociedad en general”.
La gran duda es cómo fue que a una sociedad tan abierta como la noruega, le llevó más de siete décadas reconciliarse con las historias de su pasado.
“Hay que tener en cuenta el contexto histórico”, explicó la doctora Simonsen. “Las madres habían sido caracterizadas en la posguerra como promiscuas, moralmente desviadas y, por lo tanto, débiles mentales. Tanto las madres como los chicos simbolizaban el nazismo, el fascismo, la traición, la decadencia moral, y una amenaza potencial para Noruega, un país que buscaba ser democrático y pacífico”.
Con el paso del tiempo, otros temas políticos fueron cubriendo aquel drama y los propios chicos y sus madres prefirieron correrse del centro de la atención, guardar silencio y “ocultar su vergüenza y hasta su propia existencia durante décadas”, señaló Simonsen.
Finalmente los Tyskerbarnas establecieron su primera organización en 1986, con la intención de denunciar las injusticias a las que habían sido expuestos por parte de las autoridades y reclamaron su derecho a una compensación económica del estado noruego, que obtuvieron recién en 2004. Luego, en 2018 lograron la disculpa pública de la entonces primera ministra Erna Solberg (2013-2021).
“Las jóvenes y mujeres noruegas que tuvieron relaciones con soldados alemanes o fueron sospechosas de tenerlas fueron víctimas de un trato indigno”, dijo Solberg en 2018 durante un evento para conmemorar el 70 aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU.
“Hoy, en nombre del gobierno, quiero ofrecer mis disculpas”, dijo Solberg.
Para Frida, la cantante de ABBA, todo llegó demasiado tarde. En referencia al reencuentro con su padre dijo: “Fue difícil… habría sido diferente si yo hubiera sido una adolescente o una niña. Realmente no pude conectarme con él y amarlo de la manera en que lo habría hecho si hubiera podido tenerlo cerca cuando yo crecí”.
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