Paulownia tomentosa o kiri es un árbol originario de Asia. Es una especie muy adaptable a diferentes situaciones de suelo y clima, y produce madera blanda pero estable, de calidad, con múltiples usos. Fue promovida como de altísimo rendimiento agroforestal para explotaciones mixtas, por la rapidez de crecimiento y el buen resultado económico: en nuestro país se instalaron plantaciones con ese fin en la década del ‘60, especialmente en la provincia de Misiones, donde se iniciaron cultivos con entusiasmo, que luego fueron abandonados, en breve tiempo. Más tarde, en los ‘90 se produjo en Estados Unidos un nuevo boom de esta especie, por lo cual se plantaron cientos de hectáreas para la obtención de madera.
Actualmente, de manera errónea, se le atribuyen al kiri beneficios para la zona de secano y se lo considera capaz de frenar el “cambio climático”. Debido a su alta tasa de crecimiento y producción de biomasa, se asume que captura una importante cantidad de CO2 del aire en el proceso de fotosíntesis. Se le atribuyen así propiedades milagrosas: nada más alejado de la realidad.
En base a esta falsa fama, en nuestro país se reiniciaron algunas experiencias hace algo más de una década, y una de las zonas pioneras fue San Luis. Se llegó a decir hace unos años : “La planta es propicia para la producción de madera, beneficia además con sus flores a los productores de miel y sus hojas ricas en proteínas, al caer de la planta fertilizan con sus nutrientes los suelos áridos y sus raíces previenen la erosión”.
En 2002, sin embargo, el periódico The New York Times advierte que el Servicio de Parques Nacionales de USA lo considera una especie peligrosa para los hábitats naturales. Titula: “Un bello árbol con un costado siniestro” en un artículo donde se describen las invasiones del kiri en varias áreas de reserva.
Colombia, por su parte, recomendó en noviembre de 2018 declarar al frondoso árbol como de “alto riesgo de invasión”. A pesar de su belleza y de su cotizada madera, los científicos colombianos consideran al kiri una bomba de tiempo en potencia: crece con impresionante rapidez, produce miles de semillas que se dispersan con el viento, de sus ramas se pueden reproducir nuevos árboles y rebrota con facilidad después de un incendio.
Estas ventajas, que lo convierten en una súper especie que prolifera en ambientes intervenidos como pastizales y riberas de ríos, son justamente lo que lo convierten en una planta muy difícil de controlar. La cartera ambiental de ese país, con el apoyo del Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas – SINCHI y el Instituto Alexander Von Humboldt, emitió un documento técnico con los siguientes factores de riesgo e impacto:
Es así que ante la coyuntura de contar ya con poblaciones establecidas, Colombia prohibió cualquier ingreso al país de semillas u otro vehículo de propagación del kiri, restringir o prohibir su uso y vigilar aquellas plantaciones preexistentes para contener la expansión por efecto de semillas transportadas por el viento.
Investigaciones científicas producidas en nuestro país expresan desde hace unos años que el kiri no es la solución al cambio climático y puede tener efectos muy fuertes sobre la dinámica del carbono, de los nutrientes y del agua de nuestros ecosistemas, con una alta probabilidad de invasión. Además, remarcan la importancia de considerar todos los factores en juego ante su cultivo, ya que en materia ambiental no se deben tomar decisiones en forma aislada. Por ejemplo, así como las plantas captan dióxido de carbono también captan agua y generan cambios en los sistemas cuando se vuelven invasoras. Se ha demostrado además que tiene un alto potencial de desplazar a las especies nativas.
En el jardín
Como especie de uso ornamental, ubicada en grandes parques, entrega una intensa floración perfumada de color lila claro. Puede alcanzar entre 10 y 15 metros de altura y tiene copa globosa, ligeramente irregular, de cinco a siete metros; proyecta una sombra medianamente densa. El tronco y las ramas están revestidos de una corteza gris oscuro. El follaje es caducifolio, de hojas grandes, enteras, color verde medio y envés pubescente, provistas de un largo pecíolo.
En primavera, antes que broten las hojas, el kiri emite una profusa floración de color lila o malva en forma de racimos erectos de unos 35 centímetros, nectarífera. Las flores huelen a vainilla y tienen forma de trompeta. Los botones florales se forman en la madera vieja (en el verano del año anterior), de modo que el frío puede afectarlos. Los frutos son cápsulas ovoides, verdes, de cinco centímetros, que se vuelven marrones al secarse; contienen semillas aladas.
El kiri prefiere los climas templados, pero puede resistir los fríos intensos. Tolera la contaminación ambiental y la sequía, y puede vivir en un amplio rango de suelos. Debe situarse a pleno sol, preferentemente al abrigo de los vientos fuertes.