La Sala Clementina, mandada construir por Clemente VIII a fines del siglo XVI, es uno de los espacios más solemnes del Palacio Apostólico del Vaticano, actual residencia de León XIV. Concebida en tiempos del inicio de la Reforma protestante, hace 500 años, sus frescos y decoraciones buscaban resaltar el papel de la Iglesia como garante del orden cristiano. Por su solemnidad y carga histórica, sigue siendo un escenario ideal para impresionar a dignatarios recordando la grandeza y legitimidad milenaria de Roma. Por esta sala ingresan los jefes de Estado en visita oficial al papa. Así lo hizo el pasado 19 de mayo el vicepresidente de Estados Unidos, James David Vance.
Vance se convirtió recientemente al catolicismo y declaró haberse sentido movido por la lectura de San Agustín, en particular por sus dos obras: Confesiones y La ciudad de Dios. Aunque aseguró que estos textos también fueron fundamentales para su pensamiento político, no podemos saber cuál es su interpretación personal, y si la lucha entre la Ciudad de Dios y la Ciudad Terrenal, que plantea San Agustín como eje de su obra, no se convierte en un catolicismo sui generis con tintes tradicionalistas. A todo esto, se suma que el Papa es religioso de los agustinos, una orden inspirada en San Agustín. La confluencia de estas referencias compartidas ciertamente no significa un alineamiento de ideas con el Papa, pero sí puede sugerir que la elección de León XIV, estadounidense y agustiniano podrían parecer para Vance como una revelación sobrenatural. Lo cierto es que, en el último tiempo, los más altos mandatarios de EEUU, por diversas razones, han mantenido contacto con el Vaticano, en el grave contexto de la guerra de Ucrania.
Vance había visitado a Francisco, el día anterior a su fallecimiento, y fue el último mandatario que lo vio. Donald Trump asistió a su funeral, donde se lo pudo ver conversando con el presidente ucraniano Volodimir Zelenski en la basílica de San Pedro, semanas después de un tenso encuentro en el Salón Oval. Ambos se sentaron en sillas habitualmente dispuestas para los fieles, en una escena improvisada que, en ese contexto, adquirió una carga casi sacramental y simbólica del Vaticano como lugar de construcción de la paz.
En la audiencia del 19 de mayo, Vance entregó al Papa una invitación de Trump para visitar EEUU. El Papa tomó la carta y la dejó sobre el lado derecho de su escritorio, indicando con una sonrisa afable que la leería a su debido tiempo. Al final de la reunión le aseguró que se volverían a encontrar y que estarían en contacto.
Es evidente que León XIV ha asumido con seriedad su compromiso con la paz, en particular con la paz en Ucrania. “La paz esté con ustedes” fue el primer saludo que dirigió al mundo como Papa. Pero no sólo quedó en palabras, a diferencia de otros comienzos de pontificado, este se ha caracterizado por un gesto inmediato y tangible: ofrecer el Vaticano como sede neutral para una próxima ronda de negociaciones entre ambos países. También con EEUU, que puede desempeñar un papel determinante en el conflicto.
Si bien el Vaticano no ejerce, como se dice en el mundo de las relaciones internacionales, un poder duro (militar o económico), sí posee una considerable influencia gracias a su prestigio histórico y su condición de mediador neutral en numerosos conflictos. Intervino, por ejemplo, en el Conflicto del Beagle a fines de los años 70 y principios de los 80, en un contexto peligroso con regímenes dictatoriales, evitando una guerra entre la Argentina y Chile. Esta capacidad para sostener un tono propio frente a potencias mayores es, justamente, una de las fortalezas históricas de la Santa Sede.
El Vaticano no es solo un Estado que se vincula con otros Estados. La Iglesia de Roma es, tal vez, una de las instancias con más experiencia en relaciones globales, porque siempre ha sido global. Se apoya en una red capilar de obispos, congregaciones religiosas, parroquias, movimientos, etc., que le permite una escucha profunda de las realidades políticas y sociales, sin intermediarios. Puede leer el sufrimiento de manera directa. Esto sin contar los nuncios apostólicos (los embajadores del papa) presentes en casi todos los países del mundo, en estrecha vinculación con las autoridades y con los católicos locales. Estos elaboran informes, en muchos casos más de una vez por semana según las necesidades, con toda la información relevante, los cuales son evaluados en el Vaticano por diferentes asesores expertos según las regiones y sugerencias de acción que formulan junto con las más altas autoridades de la Secretaría de Estado en diálogo con el papa, el cual marca el ritmo y la intensidad de las prioridades. La información confiable es un recurso determinante. Un factor fundamental, además, en el conflicto ucraniano es el rol de la Iglesia ortodoxa rusa, muy cercana al Kremlin y abiertamente alineada con Putin. El Vaticano mantiene vínculos diplomáticos y eclesiásticos complejos con ella. Pero no se relaciona sólo directamente, sino que activa a muchos intermediarios, como otros obispos de las iglesias orientales, dispuestos a aportar a la paz. En estas decisiones siempre prima el equilibrio, pero también una política decidida.
En este contexto, la elección de un papa estadounidense introduce un factor adicional. Nació en Chicago, aunque pasó la mayor parte de su vida adulta en el extranjero, en particular en Perú, y nunca fue obispo en EEUU, es decir, no estuvo involucrado en las tensiones propias de esa Iglesia. Esto lo posiciona con cierta distancia al respecto, más aún ahora que es papa, pero con una capacidad de comprensión única. Puede evaluar, como ninguno de sus antecesores, la realidad de ese país, el más poderoso del mundo. Esta cercanía cultural –que no significa alineamiento político– le otorga una perspectiva particular. León XIV no solo habla el mismo idioma, sino que conoce los códigos de comunicación, el lenguaje y las sensibilidades políticas de su país. Esto le permite mirar a Trump no solo como un actor político internacional de peso, sino también como un político más dentro de la administración de su país. Como cualquier ciudadano, puede entender al presidente de su país con menos solemnidades y una crítica más realista, sin excesiva distancia, pero tampoco con deferencias innecesarias. Además, en EEUU se vive con enorme entusiasmo la elección de un papa de su país. Y Trump lo sabe. Más allá de sus decisiones impredecibles, puede considerar que no sería una buena estrategia debilitar su legitimidad local enfrentándose al primer papa nacido en la tierra de George Washington. Hoy por hoy el estadounidense más famoso.
Está claro que el Vaticano busca la paz. En tiempos en que la diplomacia internacional sufre desgastes y desconfianzas, el Vaticano conserva una autoridad moral difícil de impugnar. Y tras el pontificado de Francisco, que mostró el rostro más humano de la Iglesia, el papado goza de una percepción global positiva, y emerge como una alternativa real y creíble. Y en conflictos donde los países se ven condicionados por sus propias alianzas y ventajas geopolíticas, esa condición de relativa neutralidad se vuelve estratégica.
En Europa no hemos visto líderes con la fuerza personal y estatal necesarias para asumir estas negociaciones; ni Emmanuel Macron (Francia) ni el recientemente electo Friedrich Merz (Alemania) lo han logrado a pesar de querer mostrarse como líderes de carácter y en unidad. También otros foros internacionales han sufrido ya un desgaste diplomático: la ONU, la OSCE (Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa), e incluso la OTAN. Por otro lado, los intereses cruzados de China, EEUU y la Unión Europea bloquean las salidas negociadas. La invasión a Gaza agrega además nuevos condicionantes, pues más actores entran en el juego internacional con sus propias exigencias, sobre todo en Medio Oriente, lo que limita aún más los movimientos. Esto ayuda a entender por qué el Vaticano emerge como una alternativa confiable.
León XIV parece haber comprendido con claridad este potencial. Su formación, su experiencia intercultural y su convicción personal de que la paz es una tarea urgente lo colocan en una posición singular. Quizás por eso su insistencia en que dialoguemos, negociemos y sigamos negociando no suena a frase ritual, sino a consigna programática. ¿Cómo se recibe este rol activo del Vaticano en las sociedades de Ucrania, Rusia, EEUU o Europa? También existen riesgos, y estos serán medidos cuidadosamente por el Vaticano: ser instrumentalizado por alguna de las partes o asumir los costos si estas negociaciones fracasan.
El mundo es distinto al que dejó Francisco, que privilegió la diplomacia por la paz, con un fuerte mensaje humanitario y ambiental. León XIV parece haber iniciado su pontificado con una serena determinación geopolítica. León XIV le entregó a Vance una escultura de una flor, símbolo de la fragilidad de la paz, que también Francisco había entregado a otros jefes de Estado. La escultura está acompañada de la inscripción en italiano: “La paz es frágil como una flor y debe cultivarse con cuidado”.
Historiador, politólogo y teólogo, docente de la UCA y de la Universidad de Friburgo