sábado, 19 abril, 2025

Mundos íntimos. Mi hijo nació en Miami. El fútbol le gusta… a la americana: estadísticas y apps de análisis pero poco tablón.

Me mudé a Miami hace veinticuatro años. Aún no puedo —y desistí, para qué mentir— con los grados Fahrenheit, las yardas, los galones. Sigo con el desayuno continental y, algo que nunca estuvo en duda, el fútbol. Ni béisbol, ni fútbol americano ni la NBA.


Mirá también

Mirá también

Entre el disfrute y la añoranza

Había planeado un día en el que terminaba de trabajar a las cinco de la tarde. Ya son más de las siete y sigo ocupado. Shit happens, dicen los gringos. Lo inesperado acontece, sería la traducción infiel. De pronto recibo un text de mi hijo: gol de Tigre. No del Liverpool, no del Barça, no de Messi. Del Club Atlético Tigre.

Traje en las dos valijas con las que me afinqué ropa, libros y una rotura de ligamento cruzado que me obligó a abandonar la práctica del fútbol a los pocos años, cuando mi hijo tenía una edad en la que no se asientan los recuerdos. No me vio jugar. Se perdió mis enganches inesperados, caños líricos y rabonas de otro partido que lo hubieran ayudado a identificarse con un padre deportista. Pero la rodilla truncó mi carrera en los potreros de Miami Beach al mismo tiempo que su predisposición a la actividad física.


Mirá también

Mirá también

Cine y fútbol en la Argentina

Había perdido las ilusiones de que el fútbol nos uniera cuando llegó Qatar. A diferencia del resto del país, en Miami el mundial se sentía en cada rincón. Nota al buen pie: entre los milagros de Lionel debería incluirse el amor que despertó la Scaloneta en gente que normalmente aborrece nuestro seleccionado. Decía, ese diciembre, festejamos en Manolo de Collins Avenue, pleno corazón de Little Buenos Aires, nuestro Obelisco. Hijo de 19 años grabó unos videítos trepado a una cornisa como cualquier barra brava. Pero cuando se disipó el mundial, también lo hizo su interés por el deporte rey. Más tarde llegó la Copa América que se jugaba en el patio de casa. Asistimos al Argentina-Perú en el Hard Rock Stadium, ubicado a escasos veinte minutos de mi apartamento: victoria medida con Messi en el banco. Pero esa conquista, con celebración incluida, operó algo en él. Cayó en las redes del fútbol.

Pero a lo gringo.

Primero, y después de un largo análisis, eligió equipos con una puntería admirable. Liverpool y Barcelona. Dos clubes que cambiaban técnicos, que venían de malas temporadas. Hoy tal vez sean los dos cuadros que mejor juegan en el mundo. Me gusta “cuadros”. Aunque temo que se lea anticuado, como el “copante”. Destaco que se sumó a lo gringo porque lo hizo con mucha información, con apps, con investigación. Parece un periodista de ESPN en una transmisión de la NBA. Como resultado, sus vaticinos se cumplen con mucha mayor frecuencia que los míos, inspirados en cuarenta años de ventaja.

Infancia. Teo acurrucado en el hombro de su papá, Gastón Virkel.

El text agrega que el gol lo hizo Ignacio Russo. Otra vez. Un delantero que la viene rompiendo. Le pregunto si el goleador es propiedad de Tigre o está en loan. Maldición: prestado. Me bajé la misma aplicación, sería más rápido incluso que directamente la consultara pero no es lo mismo. Estamos en pleno bonding y lo disfruto. Atravesar la ciudad con un par de cafés con leche del cubanísimo “Three Palms” para ver un partido, se ha convertido en mi momento favorito de la semana. Juegue el Liverpool o el Barça. O este Atlético de Madrid lleno de argentinos. O el Aston Villa de Dibu. Porque Teo nació aquí. Aunque su lengua materna es el español, su primera lengua es el inglés. Y sus referencias de cultura pop, desde la música hasta los temas de conversación con sus amigos, son gringas. Pero si alguien le pregunta, él responderá sin dudar “soy argentino” con acento tripartito: made in Miami, Buenos Aires y Córdoba.

Podría usar la palabra “vínculo” pero me agrada “bonding” en inglés porque no puedo dejar de pensar en “bondi”. Afianzar un vínculo tiene mucho de viajar en el 60 desde Victoria hacia capital, cabeza apoyada en la ventana, solcito del invierno. Un tiempo muerto que se llena mucho mejor con la presencia del otro, sin importar el tema de conversación.

Gastón Virkel dice que criar a un hijo en otro país implica desafíos. Sus intentos para que Teo se entusiasmara con el fútbol no fueron muy exitosos. Hasta que el Mundial de Qatar lo consiguió con su magia y salieron juntos por la Collins Avenue de Miami a festejar el triunfo de la Argentina.

La madre del chico hablaba casi todos los días con la abuela en Córdoba. ¿Sobre qué? ¿Hay tanto tema de conversación? Mis padres me llamaban una vez por semana y me costaba llevar adelante la charla porque no tenía mayores novedades que aportar. Si hablamos la semana pasada. Hasta que aprendí que no se trata de ponerse al día con lo excepcional; los abuelos valoran cualquier tipo de historia, sobre todo las que no tienen relevancia, las que no revisten ningún tipo de novedad porque se siente como estar aquí. Y porque en realidad, el tema nunca importa, importa el bond, importa el vínculo que se riega a la distancia.

Tal vez suceda algún imprevisto, alguna irrupción de lo extraordinario. Pero no es necesario. Nuestro vínculo a través del juego, necesita de una puesta en marcha de la palabra para que la relación crezca, a la espera de que llegue lo imprevisto y memorable de la vida entre un insulto, un dato duro de la app y el gol de MacAllister. O no. No importa.

En el primer recuerdo de fóbal que tengo, me encuentro en brazos de mi padre durante un partido preparatorio para el mundial ‘78. Yo tendría cinco años y según su relato, a la salida de la Bombonera, en el highlight de la noche, quedamos atrapados entre dos caballos de la policía montada. Calculo que mi viejo, un avezado jugador de pelota a paleta, practicó el fútbol solo un par de años: desde que empecé a patear hasta que hice amigos futboleros. Después, nunca más. Recuerdo también que en la primaria armaba la formación de mi equipo de amigos en los márgenes del cuaderno. Llegó un momento en el que podía ver los noventa minutos de Tristán Suárez contra Deportivo Merlo sin pestañear.

Hasta que un verano, de esos aburridos y calurosos, de días infinitos descubrí el altillo de la casa. Visitarlo se vivía como una aventura: el piso se había construido con unas maderas apenas alineadas y flojas. Si pisan fuerte, terminan en el living. El polvo cubría objetos de varias generaciones y una pequeña biblioteca que construyó mi madre con una aceptable intersección de buenos best sellers y la literatura más comercial de esos años: Boom latinoamericano, Borges y Bioy, y autoras que leí en su momento entre las que recuerdo a Silvina Ocampo, Marta Lynch y Vlady Kociancich. Pero el que me cambió la vida, el que me invitó al mundo del libro fue “El túnel” de Ernesto Sábato. Así comenzaron el camino lector y mi vocación de storyteller: el día en que elegí un título no tanto por la sinopsis, más bien por su exigua cantidad de páginas.

El Monumental de Victoria ya no tiene túnel. Los equipos salen a la cancha por un pasillo estilo Champions League que desentona un poco con el resto. Mientras que con Liverpool y Barcelona existió una decisión estudiada, el amor por Tigre de mi hijo fue heredado. Como mi padre, tíos, primos, sobrinos. Pura identidad.

Por eso, me gustaría creer que su interés por el juego germinó desde los dos últimos viajes a Buenos Aires. En ambos visitamos la cancha de Tigre. En el más reciente, sufrimos una goleada humillante frente a Defensa y Justicia. Mejor: la fidelidad se demuestra en la derrota. Pero de esa tarde en Victoria, volvimos con una camiseta de Mateo Retegui que encontramos en oferta. Saboreamos un choripán de cancha (”el mejor que probé en mi vida”) mientras nos alejábamos del estadio junto a la hinchada. Divisamos, a solo tres cuadras del estadio, mi primera casa. Un departamento en una planta alta en el que viví hasta los seis años. Y doblando la esquina, saqué una selfie muy criticada (no es lo mío, aparentemente) frente a la escuela Gral. San Martín, mi primario. Toda buena historia se cuenta mejor con acciones que con un diálogo declamatorio.

Cada hijo de inmigrante arrastra preguntas difíciles. Siempre hay curiosidad y una distancia inmensa. Porque a la diferencia generacional hay que sumarle la geográfica. En esos momentos en los que no nos entendemos, me pregunto, ¿es porque me crié en el siglo pasado? ¿O porque crecí a siete mil kilómetros de distancia? El fútbol contruye universos y a veces puede explicar muchas cosas. Acerca. Mi primer libro se llamó “Cuentos atravesados” porque llevaba un buen tiempo buscando publicarlos y porque agregué una trama mínima —con Cristiano como protagonista fallido— que crecía a través de los distintos relatos. Le siguió una nouvelle de un poeta maldito de South Beach de origen vasco, un fanático del Athletic que jugaba al FIFA todo el tiempo. En mi última novela publicada, un personaje intenta seducir a una mujer casada, entre otras cosas, haciéndose cargo de la práctica deportiva del hijo. Me inspiré en una breve época donde hijo pateaba la pelota en un summer camp. Notaba que el chico se encontraba un poco frustrado y tuve una epifanía típica de cualquier panel de ESPN: es más fácil destruir que contruir. En lugar de correr detrás del balón, lo convencí para que probara el sedentario rol de defensa central. Su influencia en el juego creció, el interés se renovó. Un accidente absurdo en el que se partió un diente y nuestra inexperiencia de padres primerizos, nos llevó al fracaso. En la trama de “Neurosis Miami”, el fútbol no es protagonista pero tiene un digno rol secundario.

Como escritor, parte del trabajo, una buena parte, consiste en leer. Y amigos, familia, pagar las cuentas, escribir, mirar fútbol. Con el tiempo, lo que más sacrifiqué sin ninguna culpa fue el fútbol. Cada vez me sentía más vacío después de mirar noventa minutos del mejor match de la Premier League. Porque nada requiere menos atención. Mirar el techo puede provocar pensamientos, recuerdos, ideas. En los partidos, con una neurona atenta, alcanza. Me encontraba en retirada cuando Teo lo resignificó. Me reencontré con el fútbol, con el disfrute del compartir una actividad de toda la vida pero ahora con mi hijo. Parece otro deporte. Casi, casi, otro universo.

Más Noticias

Noticias
Relacionadas