Aunque el propio Francis Ford Coppola haya dicho que “Megalopolis” es su última película, seguramente ya está queriendo hacer otra, y ojalá pueda hacerla. En su ensayo “Los tres pasos de la megalomanía” el mexicano Gómez Riera describe cómo un autor, al sentir que su obra magna resulta objeto de burlas e incomprensiones, se retira a un rincón, herido en el alma, y vuelve con una obra humilde, pequeñita, pero hermosa. Lo ejemplifica con D.W. Griffith que después de “Intolerancia” hizo “Pimpollos rotos”. De modo que ya estamos esperando la próxima de Coppola.
A la que vemos ahora, desde que la presentó en Cannes le vienen dando palos. Por un lado, se aprecia su ánimo juvenil para experimentar de modo deslumbrante con nuevas técnicas, como hizo en su momento con “One from the Heart”, otra incomprendida que hoy todos aman. Y decimos ánimo juvenil en un hombre que ya tiene 85 años y gastó de sus propios ahorros para hacer esto que sentía necesidad de hacer: una advertencia sobre el estado social y político de su país, que a sus ojos ya se parece demasiado a la decadente República Romana, a punto de caer en manos de quién sabe qué soberbio con ínfulas de emperador.
Hasta ahí vamos bien. La historia romana se presta, como se prestó la novela “El corazón de las tinieblas”, de Joseph Conrad, ambientada en el Africa Colonial, para trasladarla a la Guerra de Vietnam y ofrecer en “Apocalypse Now” una intensa y sensorial reflexión sobre la decadencia humana. “This is the End”, oíamos a Jim Morrison mientras todo se iba incendiando ante nuestros ojos. Pero en el guión de esa obra lo acompañaron John Milius, poeta de la violencia, y Michael Herr, corresponsal de guerra. En “Megalópolis” Coppola se jugó solo.
Para más riesgo, tomó dos personajes históricos, el cónsul Cicerón y Catilina, y los dio vuelta, quizá porque escuchó aquello de “la historia la escriben los que ganan” y pensó ¿qué tal si el honesto Cicerón falseó los hechos y en el fondo Catilina no era mala persona?
Acá Cicerón es el alcalde de New Rome, por New York, preocupado por las cuentas públicas mientras mantiene ocultos los delitos privados de su propia vida. Y su rival es un arquitecto que sueña con darle al pueblo una ciudad verdaderamente humana, solo que para ello actúa como un absoluto individualista que se siente superior a cualquiera. En esto resuenan los ecos de “Uno contra todos”, la película que expone el pensamiento tan norteamericano de la filósofa y novelista Ayn Rand.
Otras figuras, como el rico Crasus y el oportunista Clodio son más cercanas a la imagen que de ellos nos ha dejado la historia. Lo de la rubia Vesta Sweetwater también coincide: en la Antigua Roma, si se descubría que una vestal había perdido la virginidad, la enterraban viva (acá por suerte solo la degradan). La trepadora Wow Platinum sintetiza y actualiza el mal recuerdo de varias esposas y amantes, no abundaremos en ello. Pequeña licencia, Tulia, la hija del cónsul, tuvo tres maridos, pero ninguno fue Catilina, como la Julia que ahora vemos, licencia necesaria para ayudar a la conciliación de los contrarios. Esa es, precisamente, lo que propone Coppola, para darle a su relato un final esperanzador, con algo de luz y de inocencia.
El mayor problema es que, entre experimentos técnicos, enredos simbólicos y humanos, algo de ciencia ficción por un raro material de construcción, y más de política ficción y futurología, el hombre ha querido poner demasiadas cosas, patina más de una vez, mucha gente se pierde, no logra seguir todos los hilos y en consecuencia se fastidia.
Caben aquí dos frases de Cicerón: “Esperemos lo que deseamos, pero soportemos lo que acontezca”, para quienes esperaban algo como “El Padrino”, y la famosa recriminatoria “¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia?” (y no cabe duda de que Coppola se siente cercano a ese personaje, como varios espectadores se sentirán ajenos a esta película).
Esa es una de las muchas frases célebres que engalanan los diálogos de la obra. Detalle amable, en los créditos finales aparece la lista de sus autores, como para confirmar si uno acertó o no al reconocerla: Bolitho, Catullus, Ciceron, por supuesto, Durrel, Euripides, Abel Gance (otro megalómano), Goethe, Graeber, Greenblatt, Clive Hamilton, Ibn Khaldun, McCullough, Pico della Mirandola, Platon, Salustio, Shakespeare, George Bernard Shaw, Suetonio, H.G. Wells, Thornton Wilder, Cao Xuequin. La frase del final es una variación utópica, amplia y humanista, del juramento de lealtad a la bandera que recitan los escolares, los inmigrantes y los soldados en EEUU.
“Megalópolis” (EEUU, 2024); Dir.: Francis Ford Coppola; Int.: Adam Driver, Giancarlo Esposito, Aubrey Plaza, Nathalie Emmanuel, John Voight, Laurence Fishburne.