El “síndrome de diciembre”, con el que el común de la gente llega a las fiestas, está desde hace días con nosotros. Los cierres de actividades, las juntadas, los balances y repasos, los proyectos que se vienen y un sinfín de situaciones provocan que esta época se ubique en el ranking de mayor estrés del año. En el medio de este combo, en el calendario figura la Navidad y el Año Nuevo que implican encuentros y desencuentros, negociaciones para la organización entre las familias, los preparativos y una gran carga emocional. Para algunos, las fiestas son un momento de gran felicidad y para otros, de angustia o bajón.
“Las fiestas de fin de año son un tiempo atiborrado de simbolismos y expectativas. La sociedad presenta una imagen idealizada de felicidad que ha llevado a vaciarlas de sentido, pero la realidad es más compleja. Detrás de las luces y los adornos, coexisten otras emociones: angustia, nostalgia, alegría, ansiedad y tristeza”, explica Diego Tachella, psicólogo, magíster en Psicología Clínica y profesor universitario.
Moira Tribulo, de Fundación Tramas, especialista en psicoterapia cognitiva, plantea que la Nochebuena -con comida especial, bebida abundante y regalos- supone una exigencia económica y una movilización emocional y, en ciertos casos, una carga o algo que “hay que hacer por una cuestión cultural”.
Tachella explica que la presión social por ser feliz y cumplir con los mandatos, así como las expectativas desmedidas, pueden generar estrés. “Las redes sociales, con sus imágenes de perfección, muestran una realidad muy alejada de la propia que se impone como aspiracional”, plantea el psicólogo. En este sentido, recuerda que la felicidad no es un estado permanente y cada persona vive las fiestas de manera diferente y que no siempre coincide con el imperativo social.
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“Si en lugar de tratar de encajar, cada quien busca su propia manera de celebrar, ya hay una opción para elegir. Puede que para algunos esto signifique reunirse con familiares y amigos, mientras que para otros puede ser un momento para la introspección. No hay una forma correcta o incorrecta de vivir estas fechas”, subraya.
Cuando el calendario anual expira, algunos se angustian. La fecha en sí parece mostrar lo que se tiene y lo que falta. Los que más lo sienten -apunta Tachella- son aquellos que se conectan más con una ausencia o pérdida. “Hay cierta vulnerabilidad emocional, donde el apuro por cerrar todo antes del 31 de diciembre y las comparaciones con ideales inalcanzables generan ansiedad y angustia. Así como el reencuentro con familiares que estaban distanciados pueden hacer resurgir recuerdos alegres, también los rencores y resentimientos de viejos enojos no resueltos”, remarca Tachella. Tribulo suma, además, que estos eventos no colaboran en el caso de sufrir trastornos alimentarios, en consumidores de sustancias psicoactivas o en personas deprimidas.
Los especialistas plantean que más allá de los mandatos culturales es fundamental respetar las necesidades y límites personales. Se supone que en las fiestas hay que estar bien y las expectativas por lo que vendrá en el año nuevo -sostiene Tribulo- también generan ansiedad y frustración. “Para los trastornos de los estados de ánimo éste es un agente estresor”, dice.
Tachella sostiene que no hay que sentir culpa por rechazar invitaciones si se prefiere una celebración íntima o estar en soledad. “La flexibilidad es un proceso protector porque la posibilidad de adaptarse a las propias circunstancias y con lo que realmente se quiere, permite pasarla mejor”, opina Tribulo.
Las ausencias, presentes
El psicólogo Rodrigo Moreno -director de la Secretaría de Salud Mental y Adicciones de la Asociación de Profesionales de la Salud de Córdoba- explica que la etimología de la palabra “fiesta” remite al disfrute y la celebración. Sin embargo, algunas personas en las fiestas de fin de año -dependiendo la edad y circunstancias- pueden sentir sufrimiento y malestar.
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“Lo cierto es que el bienestar y disfrute no tendrían que estar ligados a determinadas fechas, mucho menos ya preestablecidas”, dice. Agrega que las fiestas deberían ser producto de la espontaneidad y la libertad de elegir compartir o no. “Lo más doloroso de las fiestas es que ponen luz a la presencia de las ausencias, a las personas que se fueron y a los vínculos que murieron o se enfriaron”, subraya.
De cualquier modo, Moreno plantea que las fiestas tienen la intención de unir lo disperso, de celebrar, de perdonar y de recomenzar. Sin embargo -remarca- esto no siempre es posible. “Es necesario tomar lo que hay y lo que no hay, y no intentar ponerle una máscara de felicidad a un momento. Tal vez, lo más sensato sea conectarse con lo que cada quien sienta”, concluye.
Recomendaciones para pasarla lo mejor posible
Diego Tachella, magíster en Psicología Clínica, licenciado en Psicología, psicoterapeuta, profesor universitario y coordinador de talleres en escuelas, brinda algunos tips para pasarla bien en las fiestas.
- Aceptar las emociones: permitirse sentir las agradables como las desagradables.
- Respetar los límites: nadie está obligado a hacer lo que le genere malestar.
- Priorizar estar bien: descansar, comer sano y dedicar tiempo a actividades amenas.
- Conexión con los demás: fortalecer las relaciones con las personas que importan.
- Agradecimiento y generosidad: centrarse en lo que se tiene, no en lo que falta; dar sin esperar reconocimiento o retribución.
- Crear rituales y dotarlos de sentidos: generar las propias tradiciones y celebraciones.