sábado, 4 enero, 2025

En el espejo de Caruso Lombardi

Por lo menos en un sentido veloz, la historia política, es decir, el ejercicio de construir recuerdos y de reflexionar sobre el pasado de los procesos sociales vinculados a gestiones de gobierno o de elecciones, o incluso conflictos bélicos, es abordado a través de la interpretación de grandes tensiones y acontecimientos. Aunque durante el siglo XX la historiografía se ha diversificado a otros ámbitos de mayor detalle, como las “historias orales” o las denominadas como “historias de la vida cotidiana”, se hace en general complejo no reflexionar sobre el presente como el punto de unión entre grandes eventos del pasado, y la idea de posibles grandes sucesos en el futuro. Esto ofrece una consecuencia inmediata: la exageración de un hoy, como un derrotero heroico de máxima tensión al que la política debe enfrentar en una imaginación historiográfica que deja de lado los detalles, la complejidad y las variaciones que toda sociedad incluye, para reunirlas todas reorganizadas en una batalla esencial contra enemigos imaginarios. Así de básica puede ser la política, sobre todo, cuando quiere llevarse bien con su público.

La proliferación de literatura de tipo ensayística, en momentos políticos muy puntuales, es uno de los síntomas que ofrecen evidencia de procesos políticos que se auto perciben como una frontera en la historia del país. Este tipo de producción literaria ha sido ampliamente estudiada en Argentina como el resultado y la necesidad de dar sentido a procesos políticos que estaban ligados a una idea de quiebre con la historia, tal como lo refleja la historiadora Silvia Saítta con los casos de años posteriores a los golpes de Estado de 1930 y de 1955. El primero, para reflexionar sobre la existencia o no de un ser nacional; el segundo para intentar comprender al país posperonista como una historia consolidada en dos bloques antagónicos. Pero en ninguno de estos casos lo relevante es el análisis de lo dicho o de la búsqueda de la verdad, sino del modo en que se debate, por el ordenamiento arbitrario de elementos sueltos, para ayudar a consolidar un sentido común existente, en la sociedad que reciba la oferta de comprar estos libros. Esta historiadora cita a Georg Lukács en su reflexión sobre el ensayo con una descripción que sirve tanto para pensar sobre Agustín Laje, Felipe Pigna, Nicolás Márquez o Arturo Jauretche: para el ensayo “es esencial el no sacar cosas nuevas de una nada vacía, sino solo ordenar de modo nuevo cosas que ya han sido vivas”.

La manera en que esto se hace presente en el debate público es a través de la idea de tensión y de conflicto. Quienes participan de estos ida y vuelta no se orientan por un sentido colaborativo en la búsqueda de un conocimiento unificado en el que el último capítulo imaginario de un derrotero ofrezca la llegada supuesta a una verdad compartida que todos puedan celebrar. No los guía el saber, sino el intento de victoria intensa contra enemigos. Allí, en esta batalla interminable, porque la condición de amenaza debe estar siempre presente, vive el Presidente Milei buscando involucrar a toda la sociedad, en el traslado de una obsesión personal a una vivencia colectiva compartida.

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Cuando Milei se hacía famoso en los programas de televisión lograba notoriedad por sus modos exagerados, sus peleas, gritos, discusiones teóricas y hasta por un pelo no peinado. Además de que ofrecía uno de los componentes esenciales buscados por los medios masivos de comunicación, en tanto que cada aparición televisiva se convertía en escándalo, pudo esto ser reorientado en un contexto de lucha de ideas que fue evolucionando en una batalla por cargos públicos. La furia mediática fue finalmente productiva, ya que fue encontrando un sentido en tanto se unía a la furia también existente de la gente, permitiendo un camino electoral complejo, aunque exitoso al final. Si se presta atención, gran parte de las medidas de gobierno son anunciadas con una búsqueda específica y milimétrica por el sostenimiento de la indignación colectiva. Esta gestión comprende, paradójicamente, que su éxito económico, puede ser riesgoso, en especial si la gente empieza a estar tranquila, y por lo tanto los gritos y las ironías necesarias al inicio, pasarían ya a ser molestas para un público que podría sentir que algo ya habría quedado en el pasado. Cristina Kirchner, fuera de escena, sería un caso de éxito de gobierno inaceptable para Milei.

Los indicadores económicos positivos que estaría comenzando a lograr el gobierno nacional no son anunciados solo con alegría, sino como la evidencia de una victoria contra los enemigos. Si el dólar no sube como pronosticaban los economistas, no se convierte esto en un caso de aprendizaje colectivo supuesto para el mejor manejo de la relación entre la moneda local y la extranjera, sino en casi “una tapa” que

Milei le habría puesto a sus enemigos; si el superávit fiscal es una realidad, no solo lo es en su relación entre ingresos y egresos, sino como una superioridad contra la casta política a la cual le gusta “domar” cada vez que tiene oportunidad en espacios públicos. Milei convierte, por momentos, al país en una simulación de recreo de escuela primaria en donde las victorias en cualquier juego son refregadas con gusto contra otros compañeritos. Su derrotero en la red social X tiene todos los componentes de este tipo de comportamientos.

Bajo estas condiciones se abre la pregunta por el futuro y su sostenibilidad anímica compleja. El tiempo próximo con Milei es solo posible como un destino interminable de tensión en el que una batalla esencial de él, Agustín Laje, el Gordo Dan y Nicolás Márquez, pueda lograr ser replicada en los miedos de aquellos que consideran posible seguir votando a esta experiencia. Esto mismo, en condiciones mejores de experiencias personales, puede transformarse en una oferta de sentimientos insoportable, en exigencias a un público que ya no tiene interés en seguir temiendo al kirchnerismo, y que hasta podría comenzar a pensar que el equilibrio fiscal y la batalla verbal, podrían ir sin inconvenientes por caminos separados.

Hace algunos años varios clubes de fútbol reconocían a Ricardo Caruso Lombardi como un “evitador” de descensos. No quedaba claro si era un personaje ideal para el club o si estaba en condiciones de liderar proyectos integrales; sin embargo, pudo cumplir de manera estridente recuperaciones con Argentinos Juniors, Newell’s Old Boys y Racing Club. Estos logros nunca podían ser trasladados a otros crecimientos en el tiempo, y Caruso fue cada vez convirtiéndose más en un personaje de los medios masivos que en un técnico con posibilidades renovadas. Milei podría aprender de Caruso Lombardi, o por lo menos no repetir su experiencia, ya que en su caso salir de una promoción se convertía en un problema de falta de sentido. Milei debería jugar por evitar el descenso todos los años.

En el libro del historiador Chen Jian, “La China de Mao y la guerra fría” se revelan documentos en los que el mismo Mao incentivaba a cañonear las islas de Quemoy en Taiwán, no para invadirlas, sino como una forma de mantener el espíritu revolucionario que temía se estuviera perdiendo, ya con años más alejados de la victoria revolucionaria. Milei tiene en esto un amplio sentido de parentesco con las preocupaciones de un comunista, porque en él y sus socios ideológicos, la batalla cultural es solo comprensible como una batalla eterna, sin final. Eso que justamente a la gente le parece insoportable.

* Sociólogo.

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