“La falla de muchos economistas en no ver el regreso de las ideas económicas de Donald Trump en Estados Unidos habla de una crisis en el campo de la ciencia económica”, señaló días atrás el comentarista de The Wall Street Journal, el veterano Joseph Sternberg.
De acuerdo al editor, entre los perdedores de las elecciones en EE.UU. están los economistas. Esos expertos y comentaristas se basaron en anticipar un triunfo de Joe Biden sobre la base del comportamiento de básicamente dos variables agregadas: inflación y crecimiento económico. Ambas presentaron mejoras en estos años y fue a través de esas dos tasas que moldearon sus argumentos y predicciones políticas a favor de Kamala Harris, la candidata oficialista.
La inflación y el PBI resultan las variables más explicativas en la mejora de la calidad de vida para las teorías económicas dominantes.
Va un ejemplo de cómo piensan los economistas.
La Reserva Federal apunta a llegar a una determinada tasa de inflación (2% anual). En lugar de apuntalarse un determinado nivel de precios, la sabiduría económica convencional sostiene que una tasa estable y positiva de aumento de precios es mejor insumo para el crecimiento que monitorear el nivel de precios.
La reacción del público (en este caso estadounidense) demuestra que puede no ser así.
“La administración Biden trató de convencerme de que la inflación estaba bajo control pero mis viajes al supermercado me hacen pensar que algo está mal”, escribió un lector esta semana convalidando lo que decía Sternberg. “Me enoja cada vez que veo el paquete de panceta que llevo a US$11 y un pack de latas de Coca-Cola a US$9”.
Va otro ejemplo. Pero con el crecimiento económico y los salarios (que en EE.UU. venían subiendo).
En el mundo desarrollado, un salario que aumenta es sinónimo de que la productividad también lo hace. Pero cuidado: el incremento de la productividad puede ser bueno para los economistas pero no para un trabajador porque quizá es sinónimo de trabajar más horas por el mismo salario o ser desplazado por un robot.
Si un alguien produce $20.000 por hora y otro $10.000, el promedio por hora de los trabajadores es $15.000. Pero si se despide al que produce menos, el promedio sube a $20.000.
Economistas como Dani Rodrik vienen hablando de este fenómeno hace décadas, por ejemplo, señalando los impactos de las mudanzas de líneas enteras de ensamblado de EE.UU. a Asia (China e India, básicamente).
Es exagerado de todas formas decir que los economistas no advirtieron esta divergencia entre datos y sentimientos de las personas.
En enero el economista Alan Blinder, exvice de la Reserva Federal, se preguntó por qué los estadounidenses no estaban conformes con la marcha de la economía si el crecimiento se recuperaba y la inflación caía.
Entre los motivos argüía que a veces una avalancha de malas noticias a nivel global (pandemia, la guerra en Ucrania, el atentado a Israel) influyen negativamente sobre las expectativas como pasó en los 60 en EE.UU. cuando el desempleo era inferior al 4%, la inflación 2,8% y la atención de la juventud estaba puesta en la Guerra de Vietnam y el asesinato de Martin Luther King. Pasó algo similar en Argentina en los 60 con la economía y las convulsiones políticas.
Una segunda razón es que las percepciones de los malos resultados (el salto inflacionario pospandemia) suelen perdurar en el tiempo aun cuando hayan empezado a revertirse. Biden se despide con una inflación acumulada cercana a 20%.
Paul Krugman levantó el mismo punto que Blinder. Y una economista de Harvard encontró que las personas confunden los conceptos de alta inflación y precios altos impidiéndoles apreciar el resultado de una política antiinflacionaria.
En economías con realidades muy heterogéneas quizá haga falta que el trabajo de los políticos o de los hacedores de política económica produzca resultados violentamente buenos porque de lo contrario las demandas y percepciones no son 100% satisfechas.
Detrás de esto subyace esa idea del economista Tyler Cowen, de que la era de los promedios finalizó y es difícil guiarse por una aritmética en un mundo tan polarizado y de realidades muchas veces opuestas en una misma sociedad. Trump supo hablarle al enojado por pagar el pack de Coca US$9 y el trabajador desplazado por un robot.
Pero en la práctica, como dice Walter Sosa Escudero, autor del reciente libro Viajar el futuro, la ciencia detrás de los pronósticos, “hay todavía algo importante en los promedios, yo sería cauto: ni ciego ni gil. El promedio es la estadística más popular de todas, es el Rasguña las piedras de la profesión. La clave de pronosticar es tener mucha tolerancia al azar”.
El tema es cuando el azar rompe los pronósticos y sorprende a la política. La frustración de que uno sabía poco puede ser alta.