La tarde del 23 de marzo de 1976 ya podía percibirse que algo estaba por cambiar en la cúspide del poder de la Argentina. En la Casa Rosada, la presidenta María Estela Martínez de Perón, conocida como Isabel, necesitaba que alguno de los ministros de su gabinete le desmintiera esos rumores de un golpe militar contra su gobierno que habían circulado con insistencia durante la jornada. Pero no encontraba la respuesta tranquilizadora que buscaba. Como una cristalización del clima que se vivía en ese momento, la sexta edición del diario La Razón salió con una primera plana explícita: “Es inminente el final. Todo está dicho”.
El final tan anunciado del gobierno de Isabel Perón llegaría a través de un helicóptero. A las 0.40 de la madrugada del miércoles 24 de marzo, la presidenta subía a la nave Sikorsky S-58DT que debía llevarla a la Quinta de Olivos, donde descansaría de una de las jornadas más agitadas de su corto mandato. Pero los pilotos tenían la orden de desviar el helicóptero hacia Aeroparque…
Como una premonición de lo que terminaría siendo el último vuelo de Isabel como presidenta de la Argentina, el fotógrafo Horacio Villalobos, presente en las inmediaciones de la Casa Rosada, capturó la imagen del helicóptero mientras despegaba de la terraza de la sede de gobierno, una postal que con el tiempo se convertiría en histórica, pues reflejaba el final del mandato de Isabel y, a la vez, el comienzo de una dictadura sangrienta que se prolongaría por 7 años, 6 meses y 13 días.
“No sabíamos lo que iba a pasar, pero ya se respiraba un aire espeso. Empezamos a escuchar el zumbido de las aspas antes de descubrir el vuelo del helicóptero. Había rumores de todo tipo. Se decía que el final era inminente. De un lado, la plaza vacía; del otro, lo que me interesaba retratar. Me alejé unos metros. Necesitaba tomar distancia en busca de una mirada distinta”, le dijo Villalobos al periodista Facundo Pastor, que incluyó el testimonio del fotógrafo en su último libro, Isabel; Lo que vio. Lo que sabe. Lo que oculta. En esta obra, precisamente, el periodista aborda la figura de la expresidenta e investiga los pormenores de ese vuelo en helicóptero, así como su posterior cautiverio bajo la dictadura y su vida en el exilio en Madrid.
Esa noche aciaga subieron al helicóptero junto a la presidenta su secretario personal, Julio González, el jefe de la custodia, Rafael Luisi, el policía Mariano Troncoso y el edecán naval, Ernesto Diamante. De acuerdo con el libro de Pastor, este último era el único que sabía, además de los pilotos, el destino real de ese vuelo. Entre los hombres que acompañaban a la viuda de Perón en la cabina de la nave, Diamante era el traidor. Se había convertido en una pieza clave, ejecutor del primer movimiento en el plan para derrocar a la presidenta que habían urdido los comandantes de las tres armas: Jorge Rafael Videla, por el Ejército; Emilio Eduardo Massera, por la Armada, y Orlando Ramón Agosti, por la Aeronáutica.
“Usted queda destituida”
A poco de comenzar el vuelo, uno de los pilotos anunció a sus pasajeros que “por un desperfecto técnico” debían desviarse de su ruta. Así llegaron a la zona militar del aeroparque, donde la nave descendió a las 0.50. Isabel y sus acompañantes ya sospechaban que el anuncio del desperfecto era apenas una excusa. Mucho más cuando descubrieron que había francotiradores desplegados en las alturas de las distintas edificaciones del predio.
Isabel fue llevada al despacho del hombre de la Fuerza Aérea a cargo de ese sector del Aeroparque, Antonio José Crosetto. Allí la esperaban el general José Villarreal, el contraalmirante Pedro Santamaría y el brigadier Basilio Lami Dozo. Estos representantes de las tres fuerzas tenían la misión de comunicar a la presidenta una notificación que ya era más que obvia. El encargado de hablarle fue el representante del Ejército: “Señora, las Fuerzas Armadas han asumido el poder político de la Nación y usted queda destituida”, le dijo Villarreal a la viuda de Perón, según la recreación de la escena que realiza Pastor en su libro.
Esa misma madrugada, exactamente a las 3.21, la cadena de radiodifusión de la Argentina emitía, para todo el país, el comunicado número uno de la junta militar. Una música castrense anticipaba el mensaje que arrancó segundos más tarde: “Se comunica a la población que a partir de la fecha el país se encuentra bajo el control operacional de la Junta Militar. Se recomienda a todos los habitantes el estricto acatamiento de las disposiciones y directivas que emanen de autoridad militar, de seguridad o policial, así como extremar el cuidado en evitar acciones y actitudes individuales o de grupo que puedan exigir la intervención drástica del personal en operaciones”.
Firmaban el comunicado Videla, Massera y Agosti. Comenzaba oficialmente el período histórico que los uniformados llamaron Proceso de Reorganización Nacional. En esta etapa nefasta de la historia argentina, que se extendió hasta el retorno de la democracia con la asunción del presidente Raúl Alfonsín, el 10 de diciembre de 1983, se suspendió el Estado de Derecho y se desató, desde el Estado, la represión a las organizaciones terroristas con métodos ilegales y la desaparición de miles de personas. Entre los delitos de lesa humanidad perpetrados por los uniformados se incluye también el robo y la apropiación de bebés nacidos en cautiverio de mujeres que luego eran desaparecidas.
Las señales de la inminente interrupción del orden constitucional no dejaron de hacerse notar a lo largo del martes 23 de marzo. En el contexto de un país sumido en una crisis económica profunda y en un espiral de violencia política que parecía no tener límites (sumaban 1799 los muertos por atentados terroristas o enfrentamientos desde el retorno de la democracia, en 1973), el camino hacia el derrocamiento de la presidenta parecía trazarse solo.
En esa jornada, el Ministro de Defensa de la Nación, José Deheza, se reunió dos veces, una por la mañana y otra por la noche, con los jefes de las tres fuerzas. Quería obtener de ellos la seguridad de que no atentarían contra el régimen democrático, como se venía especulando. Pero ni Videla, ni Massera, ni Agosti le dieron esa seguridad. Todo lo contrario. Videla le expresó que el gobierno no había cumplido con los requerimientos establecidos por la cúpula militar: un cambio en la economía y terminar con la subversión y las manifestaciones sindicales.
Muy pronto se sabría que estos tres militares eran los que habían pergeñado el golpe institucional contra Isabel. Y faltaba muy pocas horas para que su plan entrara en vigencia. Sin embargo, cuando Deheza finalizó su segunda reunión con ellos, a las 22.30, pensó que había logrado ganar tiempo hasta el otro día para continuar negociando. Se equivocaba.
Sin embargo, el presidente del Partido Justicialista y gobernador del Chaco, Deolindo Felipe Bittel expresó su optimismo por el resultado de esta reunión, asegurando que había que brindar con champagne. Por su parte, el líder sindical Lorenzo Miguel chuzaba a los periodistas reunidos para conocer las novedades con una frase que se le volvería en contra: “Juégense con nosotros. Pagamos dos con diez”.
Mientras tanto, durante esa caótica jornada del 23 de marzo, representantes de distintos partidos políticos se reunían en una convocatoria multipartidaria para emitir un comunicado en el que se abogaba por “la vigencia de las instituciones de la República”. Una declaración conjunta que, a la postre, resultaría solo una formalidad.
Al mismo tiempo, el líder de la CGT, Casildo Herreras, previendo la inminencia de la caída, se embarcó hacia Uruguay. Cuando en aquel país fue consultado sobre la situación de la Argentina, dijo la frase que quedaría en la historia: “Ah, no sé. Yo me borré”.
Durante toda la jornada, además, se registraron movimientos de tropas en distintos puntos del país. Al caer la noche la policía retiró de la Plaza de Mayo a unos 50 manifestantes peronistas que habían ideo a brindar su apoyo a la presidenta. Frente a la Casa Rosada, además, hacía guardia un grupo grande de periodistas y reporteros gráficos que querían conocer las novedades en momentos que a todas luces eran dramáticos para el país.
¿Qué se conmemora el 24 de marzo?
Como un modo de recordar los crímenes de la última dictadura militar, el 24 de marzo fue establecido en el calendario argentino como el Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia. Esta conmemoración se instituyó en el año 2002, bajo el gobierno de Eduardo Duhalde, a través de la Ley 25.633. El artículo 1 de esta norma sentencia: “Institúyese el 24 de marzo como Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia en conmemoración de quienes resultaron víctimas del proceso iniciado en esa fecha del año 1976″.
En marzo de 2006, en tanto, bajo la presidencia de Néstor Kirchner, el Congreso Nacional declaró el 24 de marzo como día feriado inamovible. Es la fecha escogida desde hace muchos años por distintas organizaciones sociales, de Derechos Humanos y ciudadanos en general para marchar en recuerdo de las víctimas de la dictadura militar, apreciar el valor de la democracia, aún con sus defectos y remarcar una consigna que debe ser preservada por siempre: nunca más.